Es un proyecto donde se articulan lenguaje e imagen en relación a la combinatoria, el azar, el infinito y la fantasía. Este proyecto nace del interés de Carvajal por la incorporación de texto en la obra como medio de interacción con el espectador. Se compone de un laberinto vegetal de aproximadamente 5 metros por 5 metros, construido de plantas trepadoras podadas con forma de las 27 letras del alfabeto de una altura aproximada de 1.70 m. Este laberinto nos invita a ingresar experimentando su recorrido, transcurso de tiempo y trayectoria. Haciendo uso de esta planta aérea como material constructivo, a través del injerto y la multiplicación, Paz Carvajal busca modelar formas específicas para este proyecto, que componen nuestra unidad básica de lenguaje. A través de estas letras del alfabeto y sus infinitas combinatorias se nos da libertad de creación verbal, de construcción gramática de mundos tan diversos como los de los participantes de este juego. La forma particular del laberinto es una invitación a internarse dentro de la dinámica de la narración de las posibilidades planteadas, de las bifurcaciones y caminos paralelos. Su altura nos obliga a una aventura individual, privados de una visión aérea, pero sin descartar la especulación acerca de la posición del otro y de un posible encuentro tras doblar una esquina. El placer de un laberinto –según Roland Barthes- “está en el recorrido que hacemos de él, el laberinto no es solamente el centro sino el todo, los muros que lo conforman delimitan su forma, pero el espacio que tiene sentido para nosotros es el espacio que podemos recorrer, es el espacio negativo, por esto, el laberinto no tendrá un centro determinado y se podrá acceder por distintas entradas.” Estas entradas siempre suponen el riesgo de perderse al internarse quedando así sometidos a una serie de opciones y resultados imprevisibles. Es esta imprevisibilidad la que busca Carvajal, al plantear esta exposición como reacción ante la posibilidad de que esté todo dicho o escrito, suponiendo también que, en este escenario, todo estaría hecho, reduciéndose a un asunto de combinatoria. Ninguna originalidad sería posible. Un simple algoritmo, una fórmula de cálculo regularía la producción de todo aquello que puede escribirse, decirse o hacerse. “Con esto quiero hacer transitar al espectador real en un espacio de fantasía, donde todo es posible; desde que las palabras sean de chocolate o de plantas, hasta que exista un texto que narre nuestra propia vida, aún no vivida” Pequeñas obras paralelas al laberinto, hechas de chocolate y otros materiales plantean nuevamente la idea de la unidad constructiva, donde cada unidad o punto puede conectarse con los restantes puntos a modo de una red infinita. El laberinto, en este momento, adquiere una mayor complejidad topológica. Estas bifurcaciones recursivas le dan un carácter rizomático, que nos aleja de la concepción de laberinto como desafío mental y solo quedan opciones abiertas dentro de un sistema inagotable. El “hilo de Ariadna” se deshace y nos sumergimos en la experiencia del recorrido, donde la sucesión de las conexiones no tiene término teórico, se extiende en forma indefinida. La posibilidad de la existencia de la fantasía, del juego, la siempre presente posibilidad de perderse dentro del laberinto -mas allá de la certeza de que existe un algoritmo básico que resuelve el recorrido óptimo y la salida más cercana- está dentro de las bases de la obra de Carvajal. La alusión al mundo de Alicia en el país de las Maravillas no es una temática nueva, sino que recorre su obra haciéndose presente en forma de castillos de naipes, pociones con leyendas invitando a ingerir y a través de su extensa investigación en el fenómeno de los espejos y palíndromos (frases que se leen igual al derecho y al revés conservando su sentido). En la exposición Wonderland, en Galería Gabriela Mistral, Carvajal continúa su investigación dentro de un orden paradójico, fantástico e imprevisible.
Wonderland
Paz Carvajal
Julio 2004