S/N

Mónica Bengoa, Carlos Navarrete
Noviembre 1996

Siguiendo la senda de los nuevos lenguajes plásticos, la galería Gabriela Mistral exhibió el 20 de diciembre de 1996 la exposición colectiva de Mónica Bengoa y Carlos Navarrete, quienes —literalmente— se apropiaron de los muros de este recinto para elaborar una propuesta en torno al color y al movimiento. Fue la primera muestra conjunta que realizaron los artistas titulados de la Universidad Católica, en la que propusieron de manifiesto un deseo compartido: definir una territorialidad a partir del lugar donde se vive y el concepto de viaje. Mónica Bengoa trabajó sobre la base de tres elementos: volumen, fotografía y color, con una paleta de colores muy personal. “En la creación de mis obras utilizo los ocho colores básicos de la carta climática como una forma de restringirme a propósito”, expresó. A partir de este juego cromático su instalación se centró en un “mural gráfico” pintado a pulso en la pared poniente de la galería, que debió desaparecer al final de la muestra. La obra consistió en una serie de flechas dispuestas en función de un mapa de corrientes marinas invertido, al que se le han “borrado la silueta de los continentes e islas”. “Las flechas son también elementos hirientes, entonces establecí una relación entre el sistema de circulación de las aguas con el sistema de circulación sanguínea. Las venas son las flechas azules y las arterias, las rojas”, explicó. Si las flechas fueron concebidas como elementos hirientes, más impactantes aún resultaron sus autorretratos en blanco y negro, registros de las siete cicatrices de su cuerpo que, a su juicio, tiene mucha relación con el sistema circulatorio, el que sería el punto de unión de ambos trabajos. GEOMETRÍA Y COLOR El discurso plástico de Carlos Navarrete se centró en la incesante investigación de dos figuras geométricas básicas: la cruz y el cuadrado —a su juicio, formas cotidianas e imperfectas— las que busca en demoliciones, en la arquitectura y en objetos en desuso. Pero ésta no fue su única vertiente temática. Cada vez que viaja, busca casas en demolición para fotografiarlas o simplemente paisajes que le sirvan de marco para su obra. Y es que Navarrete jamás viaja sin llevar en su equipaje una pintura de su creación, de color azul y de pequeño formato, con la que intenta establecer relaciones entre obra y entorno elegido. Hijas de este experimento son dos de las fotografías de la exhibición, que registraban una banca muy azul en un parque de Tokio, junto a su pintura de pequeño formato también azul. Acompañaban las fotografías e instalaciones el juego de colores que Carlos Navarrete eligió para su paleta de pintor, tres colores básicos los que trasladó al más puro estilo de “pintor de brocha gorda” a los muros que intervino: “Elegí el amarillo rey, que para mí representa el desierto; el damasco que representa el color cotidiano y el azul moda que para mí es el color industrial”.