Reciclajes

Marcela Illanes, Mónica Penna, Ana Luisa Kohon
Mayo 1993

¿Cómo hablar del espacio artístico chileno, hoy? Es preciso que la crítica designe su lugar. Al menos ésta, que se sustrae del reporteo, porque su obligación es cartografiar la actualidad pictórica en su composición topográfica. La mirada panorámica, contemplativa, desde un punto de vista en altura, napoleónica, empíricamente geográfico, ya no es posible. Lo que se ve al ojo desnudo no indica necesariamente la complejidad configurativa del campo en cuestión. Por lo demás, tampoco es posible establecer la posición de los artistas jóvenes en alguna línea de continuidad forzada, para satisfacer los deseos de equilibrio de quienes manifiestan con ansiedad su horro al vacío. Mi posición es diferente: es preciso atender con un mínimo de precisión la aparición de obras nuevas, a las que se debe considerar tomando en cuenta tanto sus superposiciones como sus haces estrellados de relación contextual. No se trata de verificar una obra en su contexto, que vincularía lo particular a lo general, sino algo más complejo. Esto es, relacionar de manera recursiva y reversiva los intentos de construcción de un espacio propio. En esa dificultad, tanto este comentario como la decisión de la Galería Gabriela Mistral, se combinan para dar cobertura a la puesta en circulación inicial de las obras de Marcela Illanes, Ana Luisa Kohon y Mónica Penna, en el mapa de la pintura joven chilena de este último quinquenio. LA CUESTIÓN DEL TÍTULO Reciclajes: su sola mención hace pensar en la voluntad ecológica de estas obras. Pero ecológico, en el sentido de Gregory Bateson; es decir, es una “ecología del espíritu”, en la que la palabra “espíritu” designa el sistema construido tanto por el sujeto como por su entorno. Así podríamos imaginar la existencia de una “ecología plástica”, como un subsistema que autoproduce las condiciones de su precaria estabilidad y sobrevivencia. De este modo, hablar de “reciclajes” respecto de estas obras, significa relatar pequeños programas de sobrevivencia, en un entorno caracterizado por la academia neoexpresionista. Dicha academia es la expresión letal de la “filosofía del éxito” que intoxica el campo plástico. En el entendido que esta filosofía no es más que un complejo común intelectual que posterga la exigencia formal y el rigor analítico en provecho de una política de complacencia. Era de suponer que la transición democrática iba a consolidar un cuadro de polémica viva, pero lo que se ha manifestado ha sido la conversión mecánica del consenso en domesticación del espíritu crítico. Contra esa domesticación, algunos artistas han decidido sustraerse a la demanda de la “taquilla” y del “eventualismo” locales, realizando sus obras en el silencio, con la cautela y la paciencia que el rigor perdido requiere. Estas obras corresponden a ese gesto.”