En Galería Gabriela Mistral se presentaron dos obras con inquietudes comunes: el proceso de construcción de la obra y el posicionamiento del espectador en un rol activo y colaborativo. Flores plantea el protagonismo del transeúnte, exponiendo el detalle de su deambular mientras que Bruna extiende una invitación abierta a llevar a cabo la obra de arte. Rodrigo Bruna se centro en la idea de la obra de arte como una entidad en constante mutación desde de su concepción, construcción, exhibición, reconstrucción y término. La puesta en escena consiste en una instalación dinámica formada por fajos de revistas y diarios viejos, traídos por el público y apilados a una pared de la galería; dos trituradoras de papel, accionadas por los mismos visitantes; y un escritorio cortado y ensamblado a un pilar, donde un restaurador de papel reconstituye el picadillo de hojas arrojadas por las trituradoras, resultado que vuelve a ser apilado. Para Bruna el ejercicio de arte es la producción de pensamiento. El objeto de arte se torna inexistente y en el reinado de lo fortuito no existe el artista. Es así como Bruna depende totalmente de la participación del público, entregando las condiciones iniciales del proyecto, para esperar el desenlace natural del fenómeno. Así como la obra no se limita a existir bajo los esfuerzos técnicos de Bruna, tampoco se limita al tiempo de exhibición. Este proyecto se comienza a materializar en el momento que se publican, en la prensa, avisos para la donación del material a destruir, materia prima de la puesta en escena. Desde este primer momento la obra se constituye en la participación y compromiso del público para convertirlos en autores materiales. La obra solo existe como tal en medida de su propia circulación. La complicidad lograda entre Bruna y su medio colaborante es fundamental y envolvente hasta tal punto de confundir obra y experiencia colectiva. Rodrigo Flores, por su parte, analiza y disecta la cotidianeidad con su cámara, filmando al transeúnte de las cercanías de la galería. Este futuro posible espectador, su mirada inocente de la cámara, se convierte en personaje principal de la obra. Los retratos creados por Flores están constituidos por excedentes visuales, de individuos invisibilizados sexual, social y generacionalmente. Haciendo un zoom sobre las fisuras en el tránsito normal del centro, el quiebre en las miradas abstraídas, la figura secundaria en la toma, Flores pone en evidencia al individuo bajo la superficie, en el resalte de la singularidad del sujeto anónimo, éste se hace protagónico. Este fragmento visual es editado y presentado en formato de video sobre el muro sur de la sala 2. Otras figuras, 15 imágenes de archivo que datan de principios del siglo pasado, reencuadradas por la edición de Flores cierran el circulo de miradas entre espectador-protagonista-espectro. Los cortes desviantes a que Flores somete las imágenes “originales” privilegian las figuras que encarnan el olvido. Se trata de sujetos anónimos e insignificantes, testigos circunstanciales y no protagonistas del acontecimiento fotográfico, individuos que al igual que los transeúntes contemporáneos, aparecen destinados a ser descartados de una estructura narrativa construida sobre el hito. La disminuida importancia de los individuos, azarosamente incluidos en la foto, es perturbada al acercarnos: sus miradas aparecen dispuestas y deseosas de cruzarse con la cámara. Las personas retratadas, paradojalmente, jamás se enteraron que su mirada residual sí fue percibida en un acto recíproco inducido por el autor, pero ejecutado por el propio espectador.
Medidas transitorias / Público flotante
Rodrigo Bruna y Rodrigo Flores
Septiembre 2004