Los artistas Voluspa Jarpa y Gregorio Papic compartieron el espacio de la Galería Gabriela Mistral, entonces parte de la División de Cultura del MINEDUC, con dos géneros de las artes visuales: pintura e instalación. La muestra se inauguró el jueves 6 de junio de 1995 a las 19:00 hrs. en Alameda 1381. “El Jardín de las delicias”, como tituló su obra Voluspa Jarpa, reunió una serie de pinturas elaboradas en 13 módulos de 2.40 por 1.50 metros, agrupadas en trípticos y dípticos, además de 10 pinturas de pequeño formato. En esta serie, la artista ensambló imágenes del Altar de la Patria, el arco histérico, un fotograma de la película “Las tres coronas del marinero” de Raúl Ruiz y el procedimiento mecánico de reproducción llamado “cuatricromía” (impresión superpuesta de tres colores básicos más negro para formar la imagen). Basó su trabajo en dos modelos primordiales: la “descripción freudiana del ataque histérico” que es el que arma el discurso de la exposición, y la simulación manual del procedimiento mecánico de impresión. Según Voluspa, es importante “entender la pintura como simulación, maquillaje, corte, como una forma de discurso que siempre estará mediatizado por una materialidad y lenguajes que le son propios”. En tanto que Gregorio Papic con “Duración indefinida” desarrolló su instalación usando materiales variados y numerosos. Mezcló elementos de la técnica electrónica, monitores, vidrios y soportes metálicos con diversos objetos característicos de los eriales de la ciudad, como pasto, muro bulldog, cielo y elementos residuales. En su obra confluyeron las tres grandes líneas de su formación: arquitectura, comunicación audiovisual y pintura; visible en un trabajo con el espacio y con el dispositivo óptico presente en la pintura, la fotografía y el video, con el juego entre lo real y su reproducción. Al referirse a su obra, Papic señaló que en una instalación se arma un dispositivo de objetos de materialidad variada que se articulan con referencia a la historia de la pintura. Pero a diferencia de ésta, tanto el espacio de percepción como el que conforma la obra son el mismo. Agrega que el eriazo debe ser entendido como “un lugar de gran libertad, donde nada está acotado, donde todo está –en cierto modo- perdido pero que por esa misma razón permite que se configura lo que allí está”.