APOSTILLA A LAS IMÁGENES DE PILAR QUINTEROS
Vemos una gran piedra en el campo y sentimos una fuerza vertical que se yergue potentemente sobre el horizonte: Un menhir. Como otras marcas, esta constituye sólidamente una evidencia de la que no sabemos cuál es su significado, pero nos asombra porque nos permite viajar como si cruzáramos, de una dimensión a otra, por un portal. Proyectamos sobre esa roca, peculiarmente dispuesta y formada, una obra, es decir, el hecho de que algo hubo sido realizado por un semejante y, allí, comprendemos su sentido más profundo: que frente a lo patente captamos una ausencia. Estas formas visibles nos devuelven a la cuestión que trasciende a toda obra de arte y que radica en su distintiva potencia exhibitoria: que la capacidad de ver aquello que no está presente sería la condición estructural para todo imaginar.
Más que cualquiera de sus posibles significaciones convencionalmente establecidas o por establecer, la fuerza de la obra de Pilar Quinteros es primordialmente imaginaria porque consiste en volver a ponernos en esa relación con lo faltante. En otros términos, con aquello que al ausentarse se resiste a ser dicho o reprimido por las acostumbradas fórmulas lingü.sticas de aquellos que presuponen imponer el significado como la interfaz entre el sujeto y la obra al mediar, entre esta y el espectador, la distinción de las palabras.
RODRIGO GALECIO