Se puede o no tener en cuenta la proveniencia de Alicia Vidal. Llegó a la pintura desde el aprendizaje científico. Se pueden mirar sus trabajos manteniendo aposado en la retina ese antecedente, o no. Podría ser útil hacerlo, simplemente porque facilita brevísimos devaneos a los que de todas formas podría verse uno llevado por la consideración de estas pinturas. El discurso científico tiene ciertos márgenes en que hierve la metaforización. Y quizá el núcleo irrepresentadizo del conocimiento de la ciencia – aquél en donde el conocimiento es sólo representación, y nada representado- no pueda ser separado puramente de su periferia representable. Nada más interesante que atender a las imágenes, las analogías, las figuraciones por medio de las cuales los propios científicos codifican en lenguaje ese núcleo. Al escucharlos, nos asalta la pregunta acerca de esa inseparabilidad. De cualquier modo, podemos suponer que es en aquellas zonas aledañas donde, por ejemplo, un tránsito del representar científico a la presentación pictórica podría tener lugar el área resbalosa en que los signos y los enunciados se tornan irrecuperablemente equívocos. ¿Qué será imaginar – escúchese la palabra en sentido transitivo-, qué será imaginar el espacio, la fuerza, la forma como tal, la velocidad, los equilibrios y tensiones elementales? En ello, seguramente, un celo especulativo se une al automatismo de los ademanes, como si lo que debiera hacerse fuera estar atento a lo atávico que se deja rastrear en los trazos, las grafías, las aglomeraciones e impregnaciones que convocan la mirada. Ese celo especulativo define la tendencia peculiar de la abstracción, como vestigio de la búsqueda de los principios. ¿Cuáles? Los corpóreos, ya sea de las cosas que no somos nosotros mismos, ya sea del propio cuerpo vivido. Pero cualquiera sea el curso marcado que tome esa tendencia, el juego de los ademanes y las materias suele vertirse, sugestivo, en paisaje. Porque tal vez podría sostenerse que la forma esencial de cierta pintura abstracta y “expresiva”, que quiere consignar lo raudo del gesto, y en él, la captura frágil de lo evanescente, de lo imperceptible, es el paisaje. La ley de esta forma rezaría como sigue: la mano es más rápida que el ojo, pero sólo re-suscita las condiciones en que el ojo existe. ¿Será esto lo que enseña la pintura de Alicia Vidal?